Te has marchado. Mentira. Nunca te marcharás. Como tu nombre, tu recuerdo será firme, pétreo. Tus besos y abrazos, como tus ojos, son los míos. Mis sollozos entre estas letras es tu último suspiro, en la soledad. Mentira. No había soledad. Estábamos contigo. Tu familia. Siempre diste todo por ella: por mí, por mis hermanas, por mi madre y mi padre, por mis tíos y tías, mis primos y primas, tus nietos y nietas: tu vida.
Este odioso y repugnante bicho, maldecido hasta que te acompañe, que nadie lo subestime; ruego que nadie más derrame duras lágrimas pensando cómo será la próxima nochevieja sin que tú ocupes esa silla, al lado de los pequeños de la casa, quienes sólo queríamos ser y siempre intentaremos convertirnos en tu orgullo, tus retoños, el motivo que tenías para sonreír y vivir.
Si hay que vivir para contarlo, no te preocupes, yo te contaré todo lo que pasa en cada reunión familiar, en cada éxito que cosechemos, en cada paso que avancemos, en cada abrazo que nos demos, recordando los tuyos, que siempre serán los nuestros. No habrá día que me sienta solo, nunca lo ha habido; tampoco para ti, pese a que llevas años esperando por acompañar, allá donde sea, a tu marido. Otro que tal bailaba, guerrero como un martillo.Me muerdo el puño porque no sé armar estruendo cuando lloro. Como tú, soy silencioso, pero siento, padezco, me enamoro y me divierto. Todo queda en mis adentros, en mi cabeza, en mis memorias. Pero estas letras salen solas, puñeteras como dagas, asquerosas como la razón por la cual las estoy escribiendo, íntimas y sinceras como –espero- las estés sintiendo.
Me sereno y pienso en cómo estos días anteriores trataba de nunca imaginarme el momento en que me lo dirían: nunca más te vería. Ojalá no me hubiera salido el impulso de teclear, de recordarte, de rendirte el homenaje que mereces. No se me ocurría mejor manera que ésta, la vía con la cual siempre te decía que me ganaría la vida: siendo periodista.
Intentaré que lo publiquen. Creo que así sería la única manera de quedarme satisfecho. No has tenido un último beso, no has tenido una última despedida. Me horroriza pensar que has estado sin compañía física estos días. De un pasillo a otro, de una camilla a otra, nómada en un hospital frío, como mis yemas poniendo en prosa lo que mis lágrimas dictan.
Los finales de enero siempre nos pertenecían. Mi cumpleaños y un par de días después, acabando el mes, el tuyo. Ahora los finales de marzo también, repugnante y desgraciadamente. Y sin embargo no, no dejaré a la pena sobrepasarme más tiempo. Tú no has sido eso para mí ni para nadie. Has sido fuerza, cariño, cobijo, amor… Cuantísimo amor. Siempre te lo hemos querido dar. Merecido, más que nadie. Como este memorando, como el último abrazo que siempre te estaré dando.
Por Petra Serrano Gómez.