Podium
En 1807 Napoleón Bonaparte comienza a planear la conquista de Portugal junto al rey Carlos IV. La invasión conjunta entre Francia y España se pacta en el Tratado de Fontainebleau y las tropas francesas pronto comienzan a cruzar la Península. Los rumores de que los franceses pretenden llevarse a los monarcas españoles provocan pequeñas revueltas que, poco a poco, se van extendiendo por todo el territorio. Carlos IV abdica y el caos se asienta: el pueblo español no está dispuesto a permitir la ocupación francesa. Las tropas galas intentan contener la rebelión. Se inician los fusilamientos.Francisco de Goya (Zaragoza 1746 - Burdeos 1828) vivía por aquel entonces en la Calle de los Reyes, muy cerca de la montaña de Príncipe Pío, donde se sucedieron los fusilamientos del 3 de mayo de 1808. Tenía ya 62 años y una larga y dura carrera a sus espaldas. Había trabajado en la Real Fábrica de Tapices donde pudo empezar a codearse con la alta sociedad madrileña. Aún siendo amigo de la élite afrancesada, Goya no pudo evitar retratar y contar aquella masacre que tuvo lugar durante los primeros días de mayo. Papel y lápiz en mano y junto a la compañía de su jardinero Isidoro Trucha, el pintor se acercó, cual reportero de guerra, al lugar de los hechos para plasmar una desgarradora crónica de la contienda.El cineasta Carlos Saura destaca del pintor el hecho de que, a pesar de no ser considerado como un hombre culto, siempre estuvo rodeado de gente muy cultivada. Al igual que Picasso o Buñuel, Goya poseía una enorme sensibilidad como se demuestra en esta obra: Los fusilamientos de la montaña de Príncipe Pío. En ella resalta sobre el resto la figura iluminada de un hombre con camisa blanca y brazos en alto. En contraposición, los hombres en la penumbra representan al enemigo despersonalizado a punto de ejecutar a la población civil. La catedrática de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo, Jesusa Vega, recalca el perfecto retrato del as
El talento de Vincent Van Gogh no fue reconocido hasta un año después de su muerte y, sin embargo, hoy en día cualquier persona, aunque no sea entendida en arte, podría reconocer un cuadro suyo. Fue un artista incomprendido y torturado. Quiso seguir los pasos de su padre y decidió estudiar teología, pero suspendió por no saber latín ni griego. Comenzó un largo peregrinaje que le llevó, incluso, a las minas de carbón de Mons, en Bélgica, donde pasó 22 meses evangelizando a los obreros de allí. Aún así, Van Gogh estaba pasando por una gran crisis espiritual que le hizo vagar por Inglaterra, Bélgica y Francia.En París el artista comienza a cartearse con frecuencia con su hermano Theo, el cual le anima a que se dedique a la pintura y le invita a compartir piso en Montmartre con Tolouse-Lautrec, Émile Bernard y Paul Gauguin, entre otros. Van Gogh poco a poco va encontrando un estilo más personal y definido. Los cielos estrellados son ahora tema que le preocupa. Tal y como señala Juan Ángel López-Manzanares, conservador del Museo Thyssen, Van Gogh combina la alegría y la tristeza, consigue crear un clima de esperanza. Pinta durante la noche con una vela como única fuente de luz que consigue esa característica combinación de colores vivos: de azules nocturnos y amarillos y naranjas más ricos.El 21 de febrero de 1888 llega a Arlés, al sur de Francia. Seis meses después, el pintor acude una noche a la Plaza del Forum y planta su caballete muy cerca del Café Terrace para retratar su particular visión de aquel cielo estrellado que contrasta con la fachada amarilla vibrante del café. Aquel verano, Van Gogh dedicó su tiempo a pintar la naturaleza de los alrededores de Arlés y convivió, durante un tiempo, con el también pintor Paul Gauguin.
Según la leyenda, Juan el Bautista se encontraba preso en el palacio de Herodes Antipas por denunciar públicamente el matrimonio del gobernador con su cuñada Herodías, contrario a las leyes judías. La nueva esposa del tetrarca pedía incesantemente su ejecución, pero Herodes se negaba temiendo una revuelta popular. El día del cumpleaños de Herodes, la joven hija de Herodías, Salomé, bailó ante su padrastro y tanto agradó al tetrarca que este le permitió escoger un regalo, el que ella deseara. Herodías se apresuró a hablar con su hija y la convenció para exigir uno en especial: la cabeza de Juan el Bautista. Salomé pidió a Herodes que le trajeran, sobre una bandeja de plata, la cabeza del hombre y el gobernador, fiel a su juramento, así lo hizo.En 1607 el pintor Michelangelo Merisi da Caravaggio reflejaba en su cuadro Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, el momento inmediatamente después a esta escena, cuando Salomé recibe la cabeza del profeta. El artista tenía entonces 36 años, una carrera de prestigio y las manos manchadas de sangre por un asesinato. Durante su adolescencia, además de dedicarse a la pintura en el taller de Simone Peterzano, pasaba el tiempo en la calle entre apuestas, juergas y correrías nocturnas. Con tan solo veintiún años se ve envuelto en un delito de agresiones que está a punto de llevarle a la cárcel, pero los contactos de su familia y el dinero le permiten huir a Roma donde comienza su carrera como pintor. Con el tiempo comienza a ganar cierto renombre gracias a la protección e influencia del Cardenal Francesco del Monte, quien da el impulso definitivo a su carrera.Con el patrocinio de Turismo de Flandes.